domingo, 12 de abril de 2015

Coordenada de Soledad.

Momento de Despertar.
Coordenadas de Soledad.
Aquello que entendemos por tiempo quizá no sea otra cosa que la coordenada de los hechos; un entrecruzamiento de múltiples detalles que describen un acto que perfectamente podría ser –incluso- un pensamiento. Como los hilos de un telar.
Tal y como si se tratase de pasos de baile, cada instante es el movimiento de una danza infinita que, teniéndonos en el centro de la escena de la vida que intentamos protagonizar, no describe más que el contenido de una burbuja; quizá una esfera pequeña que se ha desgranado de una mayor. Sencillas o complejas, apenas matizadas o multicolores; resultamos ser las pequeñas expresiones de una inmensidad de vida que al irnos a dormir no son más que un punto, un silencio y hasta desde lejos puede percibirse como un leve brillo que cruza un puente imaginario entre el apacible pensador que reposa y el activo soñador que viaja sin fronteras, sin una clara noción del lugar de partida de su experiencia onírica así como tampoco de su orilla de llegada en el trayecto de un viaje que muchas veces olvidamos al despertar resultando que al hacerlo, tal vez, vivimos en esa vigilia muchas vidas por cada momento si consideramos que cada vez que un pensamiento nos lleva de la mano hacia hechos posibles o deseados, nos está conduciendo con la creación activa de imágenes, hacia esa coordenada de un hecho que innegablemente hemos creado; hasta podría decirse literalmente, volando con la imaginación y haciendo que eso quede registrado en algún sitio aunque lo olvidemos al instante siguiente. Puede que el advenimiento de un proceso de silencio resuene en muchos como la aventura de la soledad queriendo explorar la experiencia de la compañía más allá de las prácticas sociales conocidas, comúnmente identificadas como encuentro entre personas; al punto de convertirse cada burbuja individual en algo así como el propio hacedor de burbujas, creando más y más de las pequeñas esferas que efímeramente surgen y desaparecen en minúsculas gotas al chocar entre sí, que no son otra cosa que las expresiones de alegrías o tristezas lanzadas al espacio virtual. Estos son los hechos que acontecen al humano de estas coordenadas de tiempo sin tiempo, en las que la soledad se viste de asteriscos para llamar la atención porque se ha convertido en un estado de cosas que aún no define un síndrome secular pero sí una paradoja en la era de las comunicaciones globales.
Convertida en un sinónimo de la cotidianeidad es asimilada con naturalidad hasta el extremo de avalar la separación de los seres entre sí por múltiples diferenciaciones (yo soy, tú eres, él es, ella es, nosotros somos, ustedes son, ellos y ellas son), en tanto eso garantice el mantenimiento de su status quo. Por lo visto, no hemos aprendido del sentido de la vida a pesar de tantos hechos experimentados en los que siempre pareciera esperarse a los magos solucionadores de los males que a tantos acontece. En realidad, no es cierta ni una ni otra cosa porque ambos personajes –salvadores e indefensos- son creados por las mismas personas, ya que al no existir unidad en el sí mismo de cada quién es poco probable que exista en el afuera del ser. Hemos ido creando un universo de posibilidades sencillamente a partir del pensamiento; una actividad automática de la mente y una adicción a su práctica una vez aprendida. No imaginamos una vida sin ruidos y sin vidrieras (de productos, de eventos sociales, de catástrofes, de pantallas de cine, de teléfonos y aún más) pese a que al observarlas siempre nos olvidamos que somos quienes estamos del otro lado del vidrio, necesitados de las promesas de ilusiones sin saber que un día el vidrio será espejo y allí veremos nuestra soledad.
Pero, la mente afortunada cuando al fin despierte del encanto del sonido seductor creará un hecho llamado coordenada de amor, la que acabará por atraer al mismo punto de encuentro a todas las individualidades que hemos estado viajando en nuestras esferas experimentando las causas y las consecuencias de nuestras vastas creencias sin habernos percatado mientras eso sucedía, que éramos los propios creadores así como sostenedores de la soledad humana.
Graciela González Khristael
Escritora


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